lunes, 16 de abril de 2018

“Deprisa, deprisa”

Abrazó su cintura de centauro
-mitad hombre, mitad monstruo metálico-,
lo besó por la espalda y se pararon
todos los medios días digitales
celosos por mirarlos.

Pisó la marcha, reviró el embrague:
-¡Cógete fuerte, reina, que volamos!
-¡Contigo al fin del mundo! Y como rayos
huyeron por los grises
reverberos ardientes del asfalto.

Sus largar cabelleras
desplegadas al viento parecían
las crines de un caballo
salvaje perforado
los tapiales ingrávidos del campo.

Tres verdes ondunares –sudorosos,
                                         sedientos,
                                         fatigados-
a la entrada de Priego, en un recodo
del camino, lo estaban acechando.
-Esa moto es robada- le dijeron.
-Lo que tú mandes, jefe –dijo el Nano.

Y sin más protocolos, se bajó
de la vieja Ducati y lo esposaron.
-Puta suerte, comadre. Desde ahora
ya conoces la fonda donde paro.

-La de siempre, mi amor. Cuenta conmigo.
Te llevaré mis besos y el tabaco.

José Ganivet Zarcos

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