Que nadie sufra
El sol se colaba por las rendijas de la ventana; siente cómo la luz llega a su ventana. Con gesto molesto se esconde entre las sábanas. Minutos después saca la cabeza y observa la habitación . Su hermana sigue dormida. Una sonrisa maliciosa aparece en su rostro.
- ¡¡¡ Buenos días !!!- grita , mientras sube la persiana.
Mientras desayunan, se lleva la cuchara a la boca. Su padre siempre pone las noticias, para estar informado. La joven suspira. Desde que este infierno empezó, solo hablan de eso. Solo había malas noticias. Sin embargo, había que pensar en positivo.
Se quedó mirando fijamente las hojas que había encima de su mesa. Sentía la extraña necesidad de incendiarlas y hacer una hoguera con ellas. Niega con la cabeza para apartar ese pensamiento. Después de tres horas de escribir y resolver problemas baja a comer.
– Que hambre – dice su hermana.
- Shhh- manda a callar su padre.
Desde que empezó este suplicio está más irascible de la cuenta. Aunque ellas tampoco son unas santas. Acaba la comida y la chica sube al escritorio a seguir trabajando. Está un ratito y después se pone a dibujar. Está haciendo un manga y necesita mucha paz.
Son las 8, van a aplaudir. La niña sale al escuchar la música. El hijo de los vecinos se ha montado una mini discoteca para alegrar al barrio. A veces pasan coches de policías, a veces ambulancias. Pero da igual, aplauden de todas formas. Llega la noche y se acuesta, no sin antes pedirle a Dios: ¡que nadie sufra, por favor!
Lucía Aragón
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