miércoles, 22 de abril de 2020

📖DÍA DEL LIBRO 2020📖
Siri Hustvedt 
Premio  Princesa de Asturias 
de las Letras 2019
(Fragmento de su discurso en dicha entrega de premios)

En mi pequeña ciudad había bibliotecas llenas de libros, y en esos libros había historias sobre personas a las que nunca había conocido que vivían en países en los que nunca había estado. Tenían aventuras y eran víctimas de injusticias. Yo leía sobre reyes, reinas y magia, pero también sobre cautiverio, racismo, miedo a los desconocidos y niñas a las que se les castigaba por no querer ser modosas y estar calladas. Y pensaba: «¿Por qué es así? ¿Por qué no podría ser diferente?». Los libros se encarnan. Las palabras se entretejen   con   nuestro   cerebro   y  nuestras   vísceras,   nuestros   gestos   y   nuestros sentimientos. Nos cambian. Los libros y las ideas pueden ser peligrosos, pueden enfermarnos o enloquecernos, y pueden proporcionar formas de salvación, una vía de escape del dolor. Pero debemos recelar de las emociones ramplonas, las respuestas fáciles y las fórmulas hechas que vienen en paquetes brillantes con la etiqueta de «verdad».
Aún no soy tan mayor como las señoras de pelo azul, pero me voy acercando, y llevo medio siglo leyendo a buen ritmo. Estoy llena de voces, y éstas no se ponen de acuerdo entre sí. He leído literatura, filosofía, historia y mucha ciencia —neurología, psiquiatría,   neurociencia,   genética,   embriología—,   pero   también   antropología   y sociología,  y  cuanto  más  sé,  más  me  pregunto:  ¿por  qué?  ¿Cómo  sabemos  lo  que sabemos? Piénsenlo de nuevo: ¿y si fuera diferente?
Vivimos en un mundo en el que cada vez la gente sabe más sobre menos cosas. Esto tiene sus ventajas. El conocimiento especializado ha dado lugar a grandes avances técnicos, medicamentos potentes, teorías complejas sobre el lenguaje y la cultura, y obras de arte impresionantes. También ha llevado a callejones sin salida en varias disciplinas y a fantasías de que una idea es novedosa cuando  no lo es. Tras dar una charla ante neurólogos en un hospital de Boston, un científico me preguntó por qué alguien como él, que se había pasado la vida estudiando escáneres cerebrales de pacientes con Alzheimer, debería leer literatura, filosofía e historia. Le respondí que le ayudaría en su trabajo. Vería lo que ahora no veía e identificaría en sus modelos puntos débiles que nunca se le habían ocurrido.
Lo sé porque he sido testigo una y otra vez de los problemas que suscita un enfoque demasiado restringido. Y esto es válido tanto para el estudioso de humanidades que nunca se ha molestado en pensar en músculos, huesos, tejidos y células como para el científico que sólo piensa en neuronas. Ninguno de los dos se pregunta cómo sabe lo que cree saber. Las preguntas que deberían hacerse no se hacen porque quedan fuera del marco de referencia. 
      Cuando escribo intento formular la siguiente mejor pregunta, basada en muchas disciplinas y no en una sola. Y me hago esas preguntas en las novelas, los ensayos y los trabajos académicos, porque todos son vías para aumentar el conocimiento humano. He aprendido que un género o disciplina no es superior a otro. Debemos recelar de nuestros prejuicios. Ni la ciencia es elevada, intelectual y masculina, ni las artes y las humanidades  son  inferiores,  emocionales  y  femeninas.  Debemos  aprender  que  la autoridad y la sabiduría vienen en muchos formatos, sexos, colores, formas y tamaños. Debemos aprender unos de otros y recapacitar.
¿Es la misma persona la niña que se quedaba mirando un tenedor y la mujer que daba la charla? El tiempo es inefable, pero las ideas y las reglas que las acompañan pueden perdurar, a menudo cientos de años. A mi yo adulto no le cuesta imaginar un mundo en el que las ideas circulan libremente entre disciplinas sin una jerarquía discriminatoria, un mundo donde las niñas pueden alardear tanto como los niños y éstos no les tienen miedo, un mundo en el que se han disuelto las viejas fronteras. Este premio llega de la mano de una niña, una princesa. Me gustaría que fuera para todas las niñas que leen muchos libros sobre un sinfín de temas, que piensan, preguntan, dudan, imaginan y se niegan a estar calladas.

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