martes, 28 de abril de 2020

LOS CUADERNOS VIAJEROS

I. La nostalgia

-No preguntéis, solo observad, observad lo que hoy dará sentido a nuestra clase-

Con estas palabras se dirigió la profesora a los alumnos de último curso de la asignatura Los viajes y la literatura. Ahora se comunicaba con ellos a través de internet, pero existió un tiempo, no muy lejano, en el que todos compartían espacios y se relacionaban con otros estudiantes sin más barreras que la escasa distancia entre sus cuerpos. Para esta promoción, que parecía haber olvidado sus inicios en el mundo académico, aquella forma de aprendizaje era ahora inviable e incomprensible. Sin embargo, la profesora añoraba aquellos tiempos en los que ponía cara a sus alumnos y a sus compañeras del departamento de Lengua y Literatura y mantenía en lo más profundo de su ser el recuerdo de aquellos momentos entrañables. 
Necesitaba revivir la enseñanza que conoció, en la que profesores y alumnos disfrutaban de excursiones conjuntas hacia lugares del patrimonio histórico nacional. Pensó que la observación y la contemplación se convertirían en sus mejores armas pedagógicas y que, a través de ellas, conseguiría recuperar la parte recreativa de la memoria de sus estudiantes, cuyos recuerdos parecían haber sido sepultados. Levantó la tapa de su ordenador y comenzó su clase con la invitación a la contemplación de un lienzo esbozado por ella para la ocasión.







II. El lienzo de la niñez

  -Observad chicos-, decía, - observad con detenimiento este lienzo y dejad que vuestra mente se apropie de las líneas que marcan las distintas etapas de vuestra vida. Deslizaos por el tobogán de vuestra imaginación hacia las aguas transparentes e ingenuas de vuestra infancia, aquella en la que saludabais con ilusión al mundo que os acogía. Recordad el chapuzón temeroso que pronto se convirtió en liberador cuando os desprendisteis de aquel asfixiante flotador. Recread aquellos momentos placenteros y recuperad la placidez de una época, en la que el mundo marchaba ajeno a vuestros pensamientos. Permitid la entrada y la salida a esos monstruos infantiles que os acechaban al caer de la tarde, extended vuestras manos a todos los recuerdos que os visiten y cread vuestro propio lienzo imaginario. Después, inmortalizad esos recuerdos en el cuaderno viajero que me presentareis-. 
La profesora permaneció un tiempo en silencio intentando averiguar el efecto evocador que había producido su lienzo en los alumnos. A continuación, les pidió que se trasladaran a otro lugar del lienzo. 

III. El lienzo de la adolescencia

-Trasladaos ahora a la ciudad que os vio nacer-, decía la arrebatadora y serena voz de la profesora. Permaneced en la antesala del monumento que os presento y que todos conocéis. Contemplad esa torre que acecha a las aguas silenciosas del río que baña su valle. Esperad a que los recuerdos fluyan de vuestro interior. Recread en ellos las historias vividas y soñadas. Aquel primer beso de enamorado, aquellas historias que fracasaron en vuestra realidad, pero no en vuestra imaginación. No os abandonéis a los propósitos inalcanzados ni a las traiciones de aquellos amigos, dejadlos pasar y abrid la puerta al recuerdo de los que tanto os enriquecieron con su lealtad. Dibujad esas evocaciones en el lienzo de vuestra imaginación y permaneced en ellas el tiempo que vuestra conciencia soñadora necesite. No os apresuréis en continuar vuestro viaje. Después, inmortalizad esos recuerdos en el cuaderno viajero que me presentareis. 

Para sus alumnos el nuevo recorrido por el lienzo supondría un paso más hacia los recuerdos de su adolescencia, pero la profesora pretendía que se detuvieran en esa etapa de sus vidas y se proponía despertar en ellos la parte de la memoria de aquellos días vividos en el JdQ a través del rescate de imágenes acumuladas en algún lugar de sus cerebros. Había leído un artículo en el que los científicos advertían de los posibles efectos de aquel virus pandémico en la mente de la población de los adolescentes de entonces. Se decía que podía haber afectado a la memoria colectiva de esa generación, cuyo cerebro había congregado, a modo de defensa, a las neuronas de aquellos recuerdos para permanecer en una especie de estado vegetativo. La profesora se documentó al respecto y se propuso luchar con todas sus fuerzas para apartarlos de aquella perturbación memorística. Poco a poco fue rescatando  cada uno de los recuerdos en los que se habían quedado anclados. Comprendió el sufrimiento revivido por algunos, a quienes ciertas historias rememoradas les impedían avanzar en la lucidez de los recuerdos. Se percató de que había recuperado la atención de sus estudiantes y aprovechó la ocasión para poner en marcha su plan de choque emocional a través del relato en primera persona de una historia, que esperaba los devolviera al momento de la trama, el último día que vivió con ellos en aquella aula, cuyas paredes adornaban con el resultado de sus trabajos y cuyo reloj de la pared permanecía inmóvil, como si augurara un cercano parón temporal.  

IV. El recuerdo

- Antes de que finalice la clase quiero compartir con vosotros una historia que me sucedió hace unos años con un grupo de alumnos muy especiales para mí. Eran las 8,15 de la mañana y el timbre acababa de sonar junto a la melodía musical que correspondía a esa mañana. Los alumnos, adormilados aún, traspasaban la puerta que los adentraba en los umbrales de la sabiduría. Y aunque desconocían el alcance de la expresión, paseaban por los pasillos que les dirigían a sus aulas de referencia. Aquel día no era como los demás. En el ambiente estudiantil subyacía un halo de euforia y alegría. A mis compañeros, por el contrario, le abrumaba el resultado de los acontecimientos. Ese viernes se convertiría en la crónica de un final anunciado con antelación por algunos medios de comunicación. Entré en la clase que me correspondía y, a pesar de encontrar, como cada día, los pupitres alineados por el personal de la limpieza, me alegró ver a los alumnos colocarlos en forma de U. Acerqué mi mesa al centro de aquel rectángulo y comencé mi clase, como hacía con regularidad. Hacía tiempo que había decidido introducir al comienzo de cada clase una reflexión o la lectura de algún relato afín a la edad de los alumnos y con ello, pretendía fomentar la capacidad de escucha, de la que tanto adolecían aquellos chavales, debido a la constitución biológica de las hormonas que los alteraban en plena adolescencia y que les pedían a gritos que se convirtieran en el eco de sus tribulaciones. Ese desahogo verbal que experimentaban a través de los debates generados por sus lecturas o audiciones, los convertía en los seres receptivos que necesitaba para sus clases de Lengua y Literatura. Ese día, ajena al desarrollo de los acontecimientos futuros, improvisé una reflexión en el encerado: UNO ES FELIZ SI LUCHA POR LO QUE QUIERE Y ACEPTA LO QUE CONSIGUE. Cuando me giré, comprobé en sus rostros el interés que en ellos había despertado aquel pensamiento aleatorio. No imaginaba que ese enunciado tan general derivaría en tantos temas de debate. La mayoría de los alumnos lo enfocaron hacia el amor de pareja y las consecuencias de esas relaciones. Como era de esperar, surgió el tema de los malos tratos hacia las personas y cada uno de ellos opinó en función a su acercamiento o no a la postura machista que los definía. Pero, en un momento del debate, un alumno dio un giro a la conversación y derivó el tema hacia la difícil situación que vivió su abuelo, a quien el destino había impedido luchar por lo que quería y se había visto forzado a aceptar las vicisitudes de su historia. Tras su intervención, todos recordaron anécdotas de sus ancestros y entonces descubrí con entusiasmo el valor del respeto que anidaba en sus corazones. Ese respeto a sus mayores desembocó en el tema que desde hacía unos días se iba gestando en la mente de todos los humanos, el desconocido e inquietante virus que se estaba convirtiendo en el terror de la humanidad. Preguntaron si las clases se iban a cortar, como habían oído en algunos medios de comunicación y sus rostros dibujaban aires de preocupación adolescente. La clase llegaba a su fin y yo, tan desprovista de información como ellos, me anticipé a lo que el futuro nos depararía y los tranquilicé con la seguridad que me permitieron mis temores. Me despedí de ellos hasta el siguiente lunes, no sin antes dejarles mi dirección de correo electrónico para poder así responder a las dudas surgidas en relación a la tarea que les había encomendado. Aquel viernes no solo daría comienzo a un esperado fin de semana, sino que marcaría el inicio de una nueva era pedagógica-.  
La profesora finalizó su relato y las teclas de su ordenador dejaron de sonar y pudo percibir, que también la de sus alumnos. 

V. El retorno

Retomó el camino de sus viajeros con voz enérgica y segura para dirigirlos al próximo lugar al que los acompañaría. Los adentró en el globo terráqueo. Les pidió que observaran el timón que aparecía flotando y dominando todos los continentes. 

– Habéis llegado chicos, al centro terráqueo, a las entrañas de vuestro ser. Ahora la perspectiva es amplia y el lienzo difumina las líneas divisorias de los espacios y de la etapa en la que os encontráis. Observad cómo destaca el timón central. Espero que, a partir de ahora, a él y solo a él os aferréis. Reparad en ambos lados del borde del círculo, donde se puede leer que solo vosotros sois el capitán de vuestro destino. Las sendas de vuestros caminos las marcará el timón de vuestras decisiones. Espero que mis propósitos se hayan cumplido y hayáis volado a la zona cero de la historia que os he relatado. Espero que inmortalicéis vuestros recuerdos en los cuadernos viajeros que me presentaréis. Vais a comenzar una etapa de vuestra vida, en la que los momentos que viváis, se irán acumulando en la mochila de las experiencias. Continuad el camino que marque vuestro timón y no permitáis que los fantasmas del pasado encadenen vuestras decisiones. No cometáis el error de muchos de vuestros mayores, quienes se quedaron anclados a la tierra de sus recuerdos y no se atrevieron a girar las manillas de su timón-. 

La profesora estaba a punto de finalizar su clase y, aunque satisfecha por su intervención y la atención de sus alumnos, una ola de tristeza e incertidumbre la invadía. Había comprobado que todos habían seguido su clase con interés, al menos se esforzaba en creerlo. El viejo ordenador, desprovisto de cámara y micrófono, la alejaba de la cercanía visual que le hubiera gustado mantener con ellos. Solo podía tener acceso a la lectura de sus comentarios y del buen uso que hicieran del lenguaje, dependía la fiel interpretación de sus pensamientos. Se preguntaba si los temibles presagios científicos en relación a aquel virus infernal, se habían cumplido hasta el extremo de hacerles olvidar aquella realidad tan distinta a la virtual en la que ahora vivían. Mientras esperaba con ansiedad el relato de sus cuadernos, se dispuso a preparar el borrador escrito a papel de su próxima clase para ser mecanografiado posteriormente en el ordenador, cuando, de repente, una lágrima rodó por su mejilla. 
– Queridos alumnos, reconozco el esfuerzo que realizáis para conectaros a diario a la clase de forma telemática -. Pensaba comenzar con un halago merecido. Pero al inclinar su cabeza comprobó con asombro que la tinta de la última palabra escrita comenzaba a difuminarse con su llanto y de repente, la imaginación se apoderó de su presente. – No sigas escribiendo-, le decía una voz lejana y diáfana, - pronto volverás del mundo de los sueños. La humanidad ha sido testigo de una catarsis emocional por los abusos cometidos-. 
Las horas posteriores les parecieron eternas. No se alejaba de aquel viejo ordenador. De vez en cuando, retumbaba en su mente aquella voz profunda que la devolvió al mundo de la Esperanza. Se preguntaba cuál era ahora su realidad y, sobre todo, cuál sería la de sus alumnos. Cerró la tapa del ordenador que en un pasado, no muy lejano, utilizó como material de apoyo en sus clases y se dispuso a hacer lo que único que el tiempo le permitía, esperar la llegada del cuaderno viajero de sus alumnos.  
Mamen Ortega Alcaraz

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