Relato ganador del certamen de relato corto 2022, categoría C
MIGUEL ÁNGEL MARTÍN MELIÁN - 2º Bach - A
La comida familiar
Los domingos me encantan. Es un día feliz; estoy descansando en casa sentado en el mullido sillón rojo que nuestro abuelo nos regaló hace poco y que me ha acompañado en este corto periodo de tiempo en todas y cada una de las películas que he visto con mi familia. También me encantan esas noches de películas bélicas con mi familia, son mis preferidas, su acción incansable y sus momentos de destrucción me fascinan. No disfruto tanto aquellas películas ñoñas que mi madre y mi hermana suelen poner, pero supongo que para disfrutar de unos momentos que te gusten, también tienes que soportar los que le gustan a los tuyos aunque a ti no tanto.
¡A comer! escucho con reverberación desde el pasillo. Por eso adoro tanto los domingos, toda mi familia se reúne a almorzar en mi casa. No somos pocos, viene nuestro abuelo, nuestros tíos y primos, y los novios de mis hermanas mayores que tanto juegan conmigo a las guerrillas. Estos últimos siempre bromean con que eso les sirve de práctica y toda la familia ríe. Yo no entiendo, ¿prácticas para qué? pero aun así río. Voy caminando sin pisar las rayas que separan las losetas, dando pasos de gigante y doy dos grandes saltos justo antes de entrar a la cocina para así sorprender a todos con mi velocidad.
-¿Dónde está la gente mamá?
-Hoy no han podido venir, hijo.
-¿Y papá?
-Ha tenido que irse de viaje por el trabajo, nene.
-¿Y...
-Para ya de preguntar y cómete la sopa que se enfría. Venga.
Mi madre estaba rara. Tenía los ojos rojos y la notaba muy pálida, pero supongo que es normal, desde que nos mudamos al búnker de la casa para soportar el frío del invierno no hemos salido apenas y no ha recibido la luz del sol. ¿Estaré yo igual? Yo no quiero parecer enfermo y estar más blanco que la leche. ¿Y papá? mi madre dice que ha tenido que ir a un viaje de trabajo pero él siempre ha trabajado en la parcela del abuelo. Quizá la parcela también se ha mudado para evitar el frío del invierno.
Solo estamos comiendo mi mamá y yo y escucho llantos de mi hermana en su cuarto. Echo de menos los domingos de siempre. Mamá, ya he terminado la sopa, vuelvo al cuarto. Mi madre no responde. Cruzó el pasillo pero esta vez no saltando como antes; tengo la sensación de que algo va mal pero no entiendo nada. Tengo ya 9 años, debería entender qué pasa pero todo está siendo tan rápido: el cambio hacia el búnker, mi padre se va, mi familia no viene, tomamos sopa en domingo cuando siempre tomamos carne...
¿Qué significa búnker?, ¿por qué no lo llaman sótano, si es lo mismo? ¿no? . Estoy harto, necesito respuestas, estoy cansado de no entender qué pasa.
Es por la noche, voy en busca de respuestas donde mi padre siempre va: al pediorico o periódico, como se diga. Me oculto detrás del sillón rojo y mullido. Todo está en silencio. Me dispongo a abrir el periódico. Leo.
Los domingos son amargos. Es un día desolador e intrigante porque es el día de recuento de bajas. Pronto en la mañana llega el periódico y es el peor momento del día. Leemos rápidamente la lista - aunque parece un momento eterno- si el nombre de nuestro padre o de las parejas de mis hermanas están en la lista.
Odio las películas bélicas, son tan distantes con la realidad. En nuestra vida no hay acción, no hay valentía en nuestra guerra. Nuestros familiares son solo números, son soldaditos verdes de juguete con los que nuestro presidente juega con el discurso de defender nuestro país sobre todo. ¿Qué es un país sino su gente? ¿Quién quiere una tierra sin nada más que destrucción? ¿A qué esperamos? Unos países tan lejanos a nuestra realidad nunca se preocuparán por nosotros. Sí, dicen que han enviado tropas. Más soldaditos verdes que se tiñen de rojo y que siguen alargando este sinvivir sin sentido final más que los intereses de unos pocos. Ya son 5 años. Tengo 14 años pronto he perdido mi infancia, pronto perderé a mis familiares y si esto sigue así me convertiré en otro soldadito verde. Qué ironía ¿no?, los soldados pintados del color de la esperanza, de una esperanza que ya no existe. De una esperanza que se marchitó como yo marchité y arrugué aquel papel de periódico hace años, cuando descubrí mi nueva realidad. La guerra.
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