martes, 24 de mayo de 2022

Fundación Fco. Ayala, "Recuerdos de Granada", 2022 

Los abuelos son lo mejor del mundo

María Caballero Quesada

Cuántas veces habremos escuchado a lo largo de nuestras vidas la famosa frase. En aquel momento yo pensaba que no me identificaba con esa afirmación porque no estaba muy apegada a ellos. 

Mis abuelos maternos siempre fueron distantes ya que vivían lejos de nosotros, en cambio, los paternos los sentía más cercanos porque vivían enfrente de nuestra casa; aunque, tenían especial aprecio por mi prima. 

El primero en fallecer fue mi abuelo paterno con el cuál apenas tenía relación. Aquel verano lo recuerdo como uno de los peores vividos debido al ambiente y por el hecho de no haber podido irnos de vacaciones. Nadie tenía ganas. Mi abuela fue quien peor lo pasó, ya que la pobre pasó de vivir con su marido a pasar la noche y el día sola. Aparte del fallecimiento de su marido, fue una época dura porque se encontraba enferma. A sabiendas de aquella falta de cariño, mi papá y sus dos hermanos empezaron a turnarse para acompañarla, ir controlándola y que no pasara las noches sola. 

Entonces fue ahí cuando me di cuenta. Un día de sol, a finales de agosto, mi mamá me pidió que fuera a llevarle una bolsa con gran variedad de frutas a mi abuela. Como era de esperar, yo con 10 años me quejé porque prefería quedarme en mi casa en vez de ir. Ella, ya enfadada me regañó añadiendo que no había hecho nada en ese día. Yo cansada de que me regañase, bufé e indignada cogí la bolsa. Bajé las escaleras, crucé el portón y llegué. Cuando entré, oí a mi tito quejándose de que él ya no se podía quedar a dormir más tiempo porque vivía en Granada capital y no podía ir y venir cada dos días debido a su trabajo, alegando que ellos podrían hacerlo solos. Eso me dio que pensar, aunque a falta de conocimiento me callé, solté la bolsa y me fui a mi casa.

Mientras subía las escaleras, se me ocurrió la idea de preguntarle a mi mamá si esa noche me podía quedar yo a dormir con mi abuela; esta se sorprendió, ya que de pequeña, cuando me quedaba allí acababa llorando. Mi mamá, tras salir de su “trance”, me explicó que ella no podía tomar tal decisión, que le preguntara a mi papá (cosa que hice). Él acabó hablando con sus hermanos y estos cedieron. 

Recuerdo la expresión de mi abuela cuando se enteró, así como su forma de sonreírme dulcemente y decirme que le hacía mucha ilusión… Yo levemente sonrojada correspondí a su sonrisa. Ahí empezó todo.

Empecé a pasar los días en mi casa mientras aún el sol brillaba y por las noches me iba a su casa a dormir. Había días en los que no cenaba en mi casa porque la comida que había no me gustaba y sobre las nueve y media de la noche, cuando cruzaba la calle, ella me preguntaba si había cenado, y en el caso de que le dijera que no, ella me hacía la cena.

A lo largo de nuestra vida, nuestra memoria escoge los recuerdos  que consideramos más importantes, a día de hoy yo diría que este es uno de ellos. 

Por desgracia, varios de estos buenos recuerdos finalizaron tras su muerte.Si me preguntasen, afirmaría con seguridad que hasta ahora, su muerte fue el peor momento que he podido vivir. 

Pero aún así, sin estar ella presente, lo más raro pero bonito que ocurrió tras su fallecimiento fue el día que mi papá llegó con una foto en blanco y negro y, apurado, le preguntó a mi madre quién creía que era. Esta, atónita por el parecido que yo tenía con la muchacha de la foto respondió que no lo sabía. La respuesta de mi papá hacia ella fue obvia, aclarándole que se parecía mucho. Entonces se giró, me la enseñó y respondió mirándome con una sonrisa '' es tu abuela''. Asombrada por lo que acababa de escuchar, le arrebaté la foto y la vi detenidamente, parecía que era yo en la época de los 40.

A día de hoy puedo afirmar que aunque tu presencia en mi vida fue corta, eres y serás lo mejor que me ha pasado; que, aunque con miedo de llorar ante tu recuerdo, lo que me queda es una gran sonrisa. Así pues, puede que al fin y al cabo ese vacío que hubo ya no esté y puede que ahora la chica de la sonrisa contagiosa sea yo gracias a ti. 

Ahora querido lector déjame decir con vigor: 

"Los abuelos son lo mejor del mundo".




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