Fundación Fco. Ayala, "Recuerdos de Granada", 2022
BAJO EL ALMENDRO
Hamza Dinshah - 1ºBach-B
Lo recuerdo todo. Lo recuerdo todo como si fuera ayer, como si lo hubiera inventado, como si aún no hubiera acabado. Pero no, ahora solo era un recuerdo, fruto de mi memoria. Pero ni eso, ya que no era un simple recuerdo, sino una tinta sellada en mi corazón que permitió a mis ojos conocer el mundo, el mundo de verdad.
Han pasado ya cuatro años, y aún no se me olvida el sonido de las asas y las ruedas de las maletas. Todavía veo a mi padre, con los ojos hinchados de lágrimas, alejándose de mí, o yo de él, hasta desaparecer entre los hombres de negocios y azafatas. Ahora éramos tres: mi madre, mi hermana y yo, sin contar las siete maletas que nos seguían por detrás.
Nos subimos al avión, los tres pegados a la ventana, viendo cómo la aglomerada ‘City of London’ cada vez parecía más chica, hasta que nos perdimos en las nubes, en dirección hacia el sol. Recuerdo que fue el peor viaje de mi vida, y eso que a mis dieciséis años he viajado bastante; es la ventaja de tener una ex-azafata como madre.
Llegamos a Málaga en un abrir y cerrar de ojos, y no miento cuando digo que me arrepentí de haberme puesto camiseta, jersey, sudadera y chaqueta. Al bajar del avión, llegó la ola de calor golpeándome en la cara y secando mis lágrimas. Considerando que septiembre en Londres no tenía nada que ver con eso, ¡era increíble! ¡Buah! ¡Qué cambiazo de paisaje! Al mirar por la ventana desde los intimidantes rascacielos y ver océanos verdes, pero no el verde de los campos británicos, sino el verde plateado de la preciosa hoja de olivo. El olivo, poseedor del oro de estas tierras. Mi madre siempre ha dicho que los campos de olivos de Andalucía le recuerdan mucho la cabeza de un niño senegalés.
Llegamos a Tocón, un pequeño pueblo en la provincia de Granada. Allí tuvimos que alojarnos en un piso simple, mientras se firmaban todos los papeles legales de la casa que habíamos comprado. Sólo teníamos una semana para prepararnos, antes de que comenzara el instituto. Fue una de las experiencias más duras de mi vida. Entre lo de vivir en un pueblo perdido del sur de España, donde no se entendía nada y tener que viajar media hora para ir al instituto cada día…parecíamos extraterrestres perdidos en el desierto…solos.
La verdad es que no me acuerdo mucho de mis primeros meses en el instituto, sólo que todos eran españoles blancos de clase media/baja, y que yo no entendía nada. ¿Por qué me sorprendía que fueran todos blancos? Pues porque venía de una ciudad con una gran diversidad e interculturalidad, donde la mitad de los alumnos de mi clase eran indios, y la otra mitad, africanos del este.
También me acuerdo de algo bastante importante, que me dio mucho apoyo durante toda la horrible etapa de educación secundaria obligatoria en Moraleda de Zafayona (así se llama el pueblo donde estudié): tener buenos maestros. No buenos, ¡eran los mejores! Las ganas que tenían de enseñar, y la preocupación que tenían por sus alumnos, con lo malos que eran. Ojalá los alumnos pudiéramos acercarnos más a los profesores que admiramos.
No fue hasta el 1 de diciembre de 2017 cuando por fin nos mudamos al hermoso cortijo en medio del campo de Moraleda de Zafayona. Tampoco era el fin de nuestros problemas, sino sólo el comienzo, pero todo eso es otra historia.
Era mucho mejor que Tocón y, claro, muchísimo mejor que Londres. Sólo faltaba mi padre, todavía no habíamos perdido las esperanzas de que un día volviera con nosotros para siempre. Pero claro, tenía que cuidar de mi abuela; ‘las madres siempre son las más importantes’. Yo admiro muchísimo a mi madre, con lo duro que habrá sido para ella estar sola en un país extranjero, día tras día, sin ni siquiera sus hijos. Por eso, ella deseaba ante todo que llegaran las vacaciones.
Fue más o menos a partir de las vacaciones de Navidad del mismo año, cuando empezamos a sentirnos como en casa. Incluso tuvimos a nuestra primera mascota, una perra, Reina. Mi Reina. Tristemente, ahora es un simple recuerdo, igual que todo lo que estoy contando, pero bueno ahí llegaremos todos algún día. En ese momento, era mi única amiga. No corría, ni jugaba, pero se sentaba a tu lado y te hablaba nada más con la mirada. De hecho, ese fue el gran recuerdo de todo este viaje lleno de locuras y de lágrimas.
Fue bajo un almendro, en el cumple de mi hermana. Estaba tumbado en la hamaca, con Reina a mi lado. Y simplemente son sus ojos entintados, me abrió el corazón, y por fin, comprendí. Una mudanza es un gran cambio, pero no es ‘el’ cambio. El cambio de verdad ocurre dentro de nosotros mismos, en nuestra perspectiva de la vida.
Y entonces así, pude conocer al mundo…el mundo de verdad.