Un lunes diferente
Acaba de tocar el timbre del lunes por la mañana, la primera hora. La profesora tarda unos minutos en llegar, la clase está allá a lo lejos, casi en la esquina del edificio.
Al entrar, los alumnos van deshaciendo los pequeños grupos, se bajan de las mesas donde estaban sentados en una especie de puzzle milagrosamente armónico, siguen aún en su conversación hasta que se sientan en sus sitios. Ella va montando el campamento en la mesa del profesor que siempre se le queda pequeña: bolso-cartera, carpeta, libro, botella, a veces otra carpeta, las llaves con su cinta amarilla para encontrarlas rápido (mejor sería un cascabel), a ver, el móvil para pasar lista (¿lo puse en silencio? ¿Va Séneca o qué pasa?). La lista, el boli… ya estamos, ¿dónde está el boli?; el pañuelo-fular-bufanda se resbala, ya estorba. Habría que simplificar, piensa, aunque así lleva el curso, y varios cursos.
La clase tiene encendidas la mitad de las luces, ¿por qué solo la mitad? Levantad las persianas que entre la luz del día; cada vez es un poco más de día.
Y ya están frente a frente…Bueno, ¿qué ha pasado este fin de semana? Unos segundos para enfocar, y empiezan a aparecer resultados deportivos, acontecimientos locales, noticias oficialmente importantes, anécdotas contadas a coro y a contrapunto (es decir, que cada cual cuenta lo que le parece del suceso, y a la vez), y también se cuelan las hazañas de los vídeojuegos que a la profesora le parecen chino mandarín (ya sin coronavirus).
Hay que entrar en faena. Hay quien lleva ya diez minutos con el archivador preparado, todo a punto; y hay quien lo abrirá diez minutos antes de que acabe la clase. Hay quien sujeta la pared repartiendo su atención entre lo que ocurre en la pizarra y lo que ocurre al otro lado, un fifty fifty, aunque está claro que el lado de la no-pizarra es bastante más interesante. Al fondo a la derecha, al fondo a la izquierda, por el centro, delante, corner delantero derecho e izquierdo: miradas atentísimas, miradas para controlar que la profesora no se dé cuenta de que él o ella está haciendo las actividades de otra asignatura, miradas de “puff, a ver si esto pasa rápido”, miradas o formas de sentarse tipo “miro el paisaje y luego ya si eso, ya me pongo…después”. Miradas con cierta preocupación o incluso de irritación “qué difícil, y para qué me sirve a mí esto…”, miradas joviales, expresivas, miradas que no miran, miradas como el que deja la sombrilla en la playa, pero él se va, y sí, la mirada mira, pero allí no hay nadie, (¿qué paisajes estará recorriendo esta criatura?).
Y la profesora sigue con lo previsto, corrigiendo análisis sintácticos y no hace mucho, hablando de la crisis del hombre barroco que se daba cuenta de que la realidad se le tambaleaba, qué cosas les pasaban a nuestros compatriotas en el siglo XVII, qué lejano y académico sonaba todo eso entonces.
Y cuando faltan unos minutos, la profesora, que ha puesto el turbo para que esa actividad se quede corregida, percibe movimiento de carpetas y sabe que el timbre está a punto de tocar. Y toca y recoge lo más rápidamente posible todo el tenderete de la mesa y ya ha llegado el siguiente profesor. Hasta el miércoles. Por el pasillo, justo antes de estar frente a otros treinta alumnos, se acuerda de algo que no dijo o de algo que debería decirle a alguno de ellos.
Mañana lunes no tocará el timbre del instituto; la profesora no es capaz de imaginar esa otra rutina que cada uno de sus alumnos se ha montado, en qué espacio se desenvolverá, si estarán enterrados en papeles con todo lo que los profesores les van mandando, o si el ordenador les echa humo, o si quizá, “han cerrado por vacaciones”. No lo sabe.
Sí sabe, que de este lado del ordenador, en una mesa más a su gusto, con nuevas carpetas y archivos que se llaman “Cuarentena-1ºBach”, “Cuarentena-3ºESO”…etc. de este lado, sigue viéndolos, e igual que ella sigue ESTANDO, intuye que ellos también están ahí. Que ahora no solo comparten una asignatura, también comparten este camino extraño, por una realidad que ninguno hubiera imaginado hace apenas diez días, comparten esta otra “normalidad” que, como un aluvión, se les ha venido encima, y comparten, seguro, el deseo de recobrar aquella otra normalidad conocida, que, ahora caemos en la cuenta, tenía su atractivo; sí, los madrugones, los agobios, los roces, sí, pero también las risas, las conversaciones atropelladas, los encuentros, algo que despierta el interés, la vida en ebullición.
La profesora sabe, que esto que de forma inesperada están compartiendo, está tejiendo algo nuevo que apenas se puede ver aún y menos nombrar; no solo en el instituto, en la familia, en el grupo de amigos, o en el barrio, los círculos son mucho más grandes. Y sabe que toca algo aparentemente muy sencillo: quedarse en casa y buscar más cerca (¿dentro?) el impulso para seguir bien vivo.
Y sabe, ella sabe, que sus alumnos están ahí/aquí, buscando y encontrando; y que la próxima vez que les pregunte ¿qué ha pasado este fin de semana?, les faltará clase para comentar, que quizá podrían empezar ya…para ir adelantando trabajo. ¿No?
Seguimos AHÍ/AQUÍ. Más que nunca.
M.A.