lunes, 29 de enero de 2018

Con tus palabras...

¡QUÉ BUEN REGALO!  
Cris Brenes

      23 de octubre de 2009. Recordaré esa fecha toda mi vida. Ese día, mi padre salió por la tarde con el coche y mi hermano Daniel y yo nos quedamos con mi madre. No era ningún cumpleaños ni festividad, pero nos hicieron el mejor regalo que nunca habíamos recibido. 
    Recuerdo el cielo oscuro, pero no sé la hora exactamente. Mi padre encerró el coche en la cochera y subió las escaleras con una caja de cartón en los brazos. Al llegar al salón, dejó la caja en el suelo y mi hermano y yo la miramos con curiosidad. "Abridla" dijo mi madre, y eso hicimos. En su interior había un cachorrito muy peludo de color canela, con el pecho, la barriga y las patas blancas. En su frente, en el hocico y en el final de la cola también había manchitas del mismo color. Yo rápidamente me acerqué al perro y comencé a tocarlo. Mi hermano me siguió y preguntó dudoso "¿Es un peluche?" a lo que mis padres respondieron de forma negativa entre risas. 
   Dani y yo decidimos su nombre: Noddy. Le llamamos así por unos dibujos que veíamos en aquel entonces. Como Noddy no tenía cama, cogimos una cesta de mis bebés de juguete en la que cabía perfectamente. Ahora, 8 años después, en esa cesta no cabría ni sentado, aunque no lo podremos comprobar porque hace mucho tiempo que la mordisqueó y la dejó reducida a pequeños pedacitos de tela y algodón. Cuando era pequeño, a veces se escondía repentinamente bajo una silla, sin razón alguna. 
    Un día, cuando tenía 1 o 2 años, comenzó a temblar y a darse golpes contra el suelo. Su primer ataque de epilepsia. Mi madre lo cogió en brazos y lo llevamos andando hasta un veterinario 24 horas, pues no sabíamos qué ocurría. Tardamos como 15 o 20 minutos en llegar y Noddy seguía temblando y babeando. Cuando entramos, un recepcionista nos dirigió hacía la consulta más cercana a la puerta. El médico lo cogió y lo subió a la mesa metálica que había justo en el centro de la estancia. Pidió a mi madre que lo agarrara mientras él cogía una especie de cápsula y se la inyectaba. Noddy empezó a relajarse por fin y el veterinario diagnosticó su enfermedad. Tras eso, volvimos a casa y, al día siguiente, compramos unas pastillas que le habían recetado. Aún le siguen dando ataques, pero está bien dentro de lo que cabe.      
     Como dije al principio, Noddy es uno de los mejores regalos que me han hecho y espero que dure muchos años más.

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