miércoles, 7 de marzo de 2018

Día Internacional de la Mujer

Del libro de Rosa Montero Historias de mujeres

Zenobia Camprubí – La vida mortífera.

Sin duda el escritor Juan Ramón Jiménez, premio Nobel de 1956, necesitaba a su esposa Zenobia Camprubí de un modo abrumador e indispensable; pero esto no significaba forzosamente que la quisiera bien. (…)
Zenobia nació en la Costa Brava en 1887. Era hija de una puertorriqueña rica y de un ingeniero de Caminos catalán: una niña, en fin, de muy buena familia, El inglés era su lengua materna (también sabía francés) y durante su adolescencia pasó varios años en Estados Unidos, de modo que cuando regresó definitivamente a España en  1909 la llamaban “la Americanita” porque no parecía del terruño. Y no lo parecía porque era culta, activa, desenvuelta, moderna. Creía en Dios de una manera muy libre y participaba de ese espíritu de servicio a los demás típico de la época, una especie de caridad ilustrada de clase alta que en su vertiente más sustancial, responsable  y lúcida había dado como resultado la creación de la Institución Libre de Enseñanza. De modo que, al volver a España, organizó una escuela para los niños campesinos y colaboró con diversas sociedades benéficas.
Zenobia recibía unas pequeñas rentas de la herencia materna que ella complementaba con diversos trabajos. (…) De las rentas y los empleos de Zenobia vivió fundamentalmente el matrimonio durante los cuarenta años que estuvieron juntos: los ingresos de Juan Ramón eran escasos e intermitentes. En su diario, Zenobia se lamenta repetidas veces con amargura de la incapacidad manifiesta de su marido para ganar dinero: atravesaron muchos apuros económicos. (…)
Aunque en ocasiones era capaz de grandes gestos magnánimos, Juan Ramón era, o eso dicen, de un egoísmo descomunal; un misántropo reseco y amargado, un hombre a menudo cruel y mezquino. Tenía muchos enemigos (Bergamín, Alberti, Guillén, Neruda, Salinas) porque hablaba mal de casi todo el mundo. (…) 
La defensa de Juan Ramón contra su enfermedad, contra la angustia constante del morir y la nada siniestra del no ser, era su trabajo: una producción literaria obsesiva que cambiaba  y reordenaba una y otra vez, en su aspiración  por conseguir algo imposible, la Obra Completa y Perfecta que le rescatara de lo fugitivo. Juan Ramón combatía el vértigo existencial con sus actos: una respuesta tradicionalmente masculina. Zenobia, por el contrario, lo hizo destruyendo su yo, diluyendo su personalidad en la de su hombre: una respuesta tradicionalmente femenina.
Lo que hace la autoanulación de Zenobia más llamativa dentro de los muchos casos semejantes es la potencialidad que esta mujer tenía antes de mutilarse, Zenobia era inteligente, generosa, activa, culta, alegre, Y además escribía; desde muy chica había manifestado una clara vocación narrativa. De adolescente publicaba cuentos en inglés en una revista norteamericana para niños. (…)
Hay un infierno en la relación entre Zenobia y Juan Ramón, pero los demonios (tan reconocibles, tan humanos) están en las dos partes. La necesidad absoluta que Juan Ramón tenía de ella había terminado por atrapar a Zenobia. (…) Al final decidió continuar apuntalando al “genio” y con el tiempo cada vez se conformó más con su papel. (…)
En 1951 a Zenobia se le descubre un cáncer de útero. Viaja a Boston y es operada con éxito, pero en el 54, viviendo en Puerto rico, se le reproduce. Le recomiendan que vuelva a Boston, pero, para no dejar a Juan Ramón, que está muy mal, decide no marcharse  y someterse a radioterapia en Puerto Rico. El tratamiento es tan erróneo y tan brutal que Zenobia es quemada lentamente, sesión tras sesión, hasta resultar abrasada por completo. (…)
Su agonía fue lenta. Poco antes del fin, Juan Ramón recibió el Nobel de Literatura: para Zenobia era la confirmación oficial de que su existencia no había sido un desperdicio. (…) Juan Ramón enloqueció literalmente de pena; tuvo que ser internado y no volvió a escribir más. Falleció año y medio más tarde. Después de su muerte se encontró una libreta que decía: “A Zenobia de mi alma, este último recuerdo de tu Juan Ramón, que la adoró como a la mujer más completa del mundo y no pudo hacerla feliz”.
Zenobia y Juan Ramón se habían conocido en 1912. Él se enamoró de ella desde el primer momento, pero ella huyó de su insistente acoso durante dos años: no quería casarse con un español (los consideraba machistas), tenía muchos planes propios para su futuro, Juan Ramón le parecía un tipo raro y demasiado triste. Las abundantísimas cartas de Juan Ramón en este período son un catálogo de trucos sentimentales. (…). Pero la gota final fue literaria (…). Juan Ramón le ofreció a Zenobia una colaboración creativa de colegas literarios, un futuro de trabajo en común: “Todas las traducciones que hagamos de cosas bellas, las firmarás tú. Luego has de hacer algo original, ¿verdad? Yo quiero que, en el porvenir, nos unan a los dos nuestros libros”, dice Juan Ramón en una de sus cartas de conquista. Y Zenobia, que tenía aspiraciones literarias, bajó por fin las defensas y se casó con él…para no volver a escribir nunca más nada propio, salvo sus modestísimos diarios. 

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