📖 DÍA DEL LIBRO 2019 📖
XIV Certamen de relato breve
Relato ganador. Categoría A (1º y 2º ESO)
Pablo Bertos Mateos - 1º ESO-B
Todos los alumnos participantes tuvieron una hora para escribir este relato el día 5 de abril. Este año la consigna era que apareciera la expresión: "Yo saldré de aquí si lo creo así" perteneciente a una canción de Rozalén que se les puso al principio.
CUANDO HAY PROBLEMAS…HAY DIFICULTADES
Érase una vez, un hombre que tenía una buena vida, estaba bien tanto económica como anímicamente. Un día, aquel hombre llamado Luis, al ir al trabajo vio algo muy desagradable, observó la muerte de una familia en un accidente de tráfico. Sin embargo, lo peor no fue lo que vio, sino quién era el culpable, él mismo. A partir de entonces, la vida dejó de parecerle bonita, era más bien una tortura. No le importaba que fuese el otro conductor el que se cruzó, la diferencia era que una familia falleció y él no.
Luis no tardó en ser apresado por homicidio imprudente. Nunca olvidó, ni olvidará su primer día en la cárcel, aquella estancia lúgubre y silenciosa, sin aire que respirar con libertad.
Recuerda cuando pasó por la gran puerta de entrada, cuando cruzó el siniestro pasillo gris y cuando no pudo ver más que barrotes enfrente de él, ni oír más que su ruido metálico al cerrarse. Después solo hubo silencio, un silencio que le respondía a sus preguntas de por qué y a la vez le reprimía, mostrándole aquella fatídica imagen. Pero él no pensaba en salir, sino en lo que hizo, su castigo era a su parecer justo.
Luis recordaba su casa, era amarilla y de ladrillo muy resistente. Estaba rodeada de árboles que parecía que competían por ver quién sería más grande. Y su entrada emanaba alegría y felicidad, en ella veía lo mejor de su ahora dolorosa vida.
Pasó el tiempo, y Luis salió de la cárcel, pero, en parte, seguía en prisión. No era libre, la culpa no lo dejaba. Llegó el momento de volver a casa, que ya no era su hogar, y aunque se sentía un extraño frente al robusto esqueleto de la casa, decidió entrar.
Abrió la cancela y subió corriendo los interminables escalones bajo la atenta mirada de unos árboles que parecía que le llamaban asesino. Tiró de la puerta de madera y no vio lo que era su entrada, sino un pasillo como el de la otra prisión, la física, no la del corazón.
Luis no podía salir de casa, tenía miedo de que se repitiera aquel terrible suceso. Nada le comunicaba con el exterior. Eso era en parte porque cerró las ventanas ante las atentas miradas de los árboles.
Entonces, pasó algo inesperado, algo vibró y sonó, era su teléfono. Luis, al principio reacio, pulsó el botón verde de coger la llamada; leyó quién era: Carlos, su mejor amigo. Carlos tenía un gran corazón, Luis pensó que su mejor amigo no tenía por qué hablar con un asesino, así que colgó.
Pasaban los días y recibía al menos dos llamadas diarias de Carlos, que siempre eran ignoradas.
Pero la insistencia tuvo su premio, Luis habló con él. Carlos le preguntó por el suceso y por su estancia en prisión. Luis le contestó: “Por favor, del accidente no quiero hablar, y por otra parte sigo en prisión. No puedo respirar sin un pensamiento de culpabilidad”.
Carlos lo consoló y le propuso quedar un día y hablar, él estaba seguro de que sería bueno para Luis. El afectado tardó en decidirse, pero aceptó. Hablaron tranquilos, pero Luis no pudo más y se desmoronó. Se lo contó todo, todo lo ocurrido. Carlos le dijo: - No fue culpa tuya, además ya pasó, estoy contigo. Tienes que pensar: “Yo saldré de aquí, si lo creo así”, es la única forma de reponerte de eso.
Luis aclaró que necesitaba tiempo para pensar, pero que lo tendría en cuenta. De todos modos, no tardó en comprobar que era verdad lo que decía su amigo. Por ello, salió a la calle tras su retorno a casa.
Vio las alargadas y sombrías farolas con sus luces pálidas. Divisó el gran y vacío parque. Así hasta que llegó a casa de Carlos, donde disfrutaron y volvió a ver la vida bonita y feliz. Por último, volvió a casa andando, disfrutando del trayecto. Vio y admiró el parque, gracias a él los niños disfrutaban y por eso en parte lo envidiaba. Vio y admiró las grandes farolas, sin ellas no vería la oscuridad profunda de la noche. Y por último, vio los árboles alrededor de su casa, que por ellos tenía sombra. Descubrió que todos somos importantes a pesar de los fallos cometidos.