Por Juan José Casado, profesor de Historia y Geografía.
El algunas ocasiones los profesores compartimos una doble visión de la enseñanza, como profesores y como padres. En esta ocasión voy a comentar una experiencia como padre que me ha ocurrido hace poco. Se refiere a una lectura solicitada por el profesor de Filosofía de mi hija, la novela La joven de las naranjas de Jostein Gaader. Conocí la obra de este autor desde que publicó El mundo de Sofía, obra que pretendía acercar la Filosofía a un público juvenil y que se puso de moda, como lectura recomendada, a finales de los años noventa del siglo pasado. Mi opinión al respecto de esa novela era muy positiva y creo que ello ha condicionado el acercamiento a La joven de las naranjas, aunque no ha sido esa la única motivación. En esta ocasión ha sido más decisiva la posibilidad de poder compartir con mi hija una lectura, algo que normalmente no he realizado, bien porque ya había leído la lectura que le habían solicitado y no me apetecía volver a leerla, bien porque eran lecturas adaptadas que, en principio, no me atraían.
La
joven de la naranjas
tiene un comienzo atractivo. Un joven de 15 años, Georg, cuyo padre
murió once años antes, recibe una carta escrita por su padre cuando
estaba enfermo, con la intención de que la lea una vez que él haya
fallecido. Podemos imaginarnos el cúmulo de sentimientos que pueden
aflorar en una situación similar, especialmente en un adolescente.
El
concepto de tiempo adquiere una nueva dimensión porque, de alguna
manera, se establece un vínculo con una persona fallecida.
La
carta que escribió el padre de Georg cuenta la historia de la joven de
las naranjas, una enigmática muchacha que apareció en la vida de este
joven estudiante de medicina y que le imprimió
una huella tan profunda que cambió toda su vida, pues desde el
encuentro casual en el metro con ella, Jan,
el padre de Georg, comienza una búsqueda sin tregua para volver a
verla.
El
relato mezcla el texto de la carta con los pensamientos de Georg, lo
que permite trasmitirnos sus primeras impresiones de sorpresa, de
tristeza e, incluso, de incredulidad sobre lo que está leyendo. El
autor, con una notable maestría, mantiene la intriga sobre la
identidad de la
joven de las naranjas
hasta bien mediada la novela. Entretanto, van surgiendo una serie de
temas secundarios muy interesantes, que tienen una clara relación
con la Filosofía: la
creación del
Universo, las
conjeturas que inventamos cuando no controlamos una situación, la
importancia de las normas, el papel de la libertad y del destino, la
confianza en las personas, etc.
Como
es lógico, no voy a revelar la identidad de la joven de las naranjas
pero sí señalaré que, una vez que Georg la conoce, la novela
adquiere un matiz inesperado, que
se plasma en una historia de amor. ¿Y
qué es el amor sin la libertad? Esa libertad la aprovecha Jan para
lanzar una pregunta a su hijo, una pregunta sin respuesta inmediata que
condicionará y hará madurar a Georg. Una pregunta que tiene que ver
con una elección, la elección de vivir. Y es en
este punto
donde Jostein
Gaader plantea
plenamente el tema más filosófico de
la novela,
en mi opinión, el tema del sentido de la vida.
Georg
se toma su
tiempo para responder a la pregunta, una semana; entretanto deja leer
la carta a la familia e intenta arrancar el viejo ordenador de su
padre, en el que encuentra el archivo del procesador de texto que
contiene la carta. Georg lo aprovecha para incluir las reflexiones
que le genera la lectura de la carta y la respuesta a la pregunta que
le hizo su padre. Ese documento se convirtió en la novela que
leemos.
La
ventaja de leer una novela que le recomiendan a nuestros hijos es que
da pie para hablar de temas de los que normalmente no hablaríamos,
que arrinconamos porque nuestra sociedad ha decidido esconder y que
son, y han sido, las grandes preguntas que la Filosofía intenta
responder. Un ejercicio comunicativo intergeneracional muy necesario
en los tiempos de prisas que corren.
Yo leí este libro hace algún tiempo y es verdad que da juego para hablar de temas importantes que tal vez esquivemos en muchas ocasiones. ¡Gracias por recordármelo!
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