Su madre, toledana, había estudiado magisterio y ejercía en la intimidad de maestra de sus hijos, inculcándoles la pasión por la lectura con sobremesas literarias en las que se leía en voz alta a los clásicos españoles. El padre de Carmen Laforet, por su parte, disponía de una magnífica biblioteca cuyo acceso era libre para sus hijos, con independencia de edad o sexo. Sobre estos dos pilares culturales se afirmaría el destino como escritora de una joven Carmen.
La autora, en pos de su primer amor y huyendo de la segunda mujer de su padre, abandonaría Gran Canaria –donde había vivido desde los dos hasta casi los dieciocho años- rumbo a Barcelona, ciudad que serviría de marco e inspiración para Nada, una novela fulminante, rupturista y tremendamente poética, con la que ganaría la primera convocatoria del Premio Nadal, certamen que marcaría para siempre su vida y la catapultaría a una fama que ella rehuiría, guareciéndose en la intimidad de su familia y de su obra.
Con alma de artista –rodeada de belleza desde pequeña porque su abuelo era dibujante y pintor, y escuchando diariamente conversaciones sobre arte-, la conjugación en su caso de técnica y sensibilidad, humildad y sinceridad, es fruto de su doble empeño vital: madre de cinco hijos (y más tarde abuela y bisabuela), Carmen lucharía siempre por poder seguir escribiendo, levantándose a las cinco o seis de la mañana y encerrándose largas horas para dar vida a unas narraciones que han trascendido la gloria de la generación en que fueron escritas, alcanzando –con su cercanía y vigencia- el umbral de una posteridad que ella jamás buscó.Audio de RNE sobre Carmen Laforet.
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