"Recuerdos de Granada". Fundación F. Ayala
Memorias de Verano
Irene López Ruiz. 1º Bach-B
Fue en una tarde de verano, a principios de julio. El recuerdo no tiene nada de poético, y quien lo vea desde fuera puede pensar que es un recuerdo muy simple, pero para mí aquel día fue muy especial.
Mis amigos y yo llevábamos algún tiempo queriendo reunirnos en condiciones, para echar un caluroso día juntos, y una de mis amigas sugirió que pasáramos la tarde y la noche juntos en su cortijo cerca del pueblo. Todos aceptamos con ganas, porque nos gustaba mucho reunirnos allí y porque tenía piscina, y eso sumaba puntos.
Éramos unos ocho, y como teníamos por costumbre, quedamos en el supermercado para comprar picoteo, bebidas, y algo para el desayuno. Algunos llevábamos juegos de mesa y cartas, por si nos cansábamos demasiado pronto de la piscina. Hicimos el habitual camino desde el supermercado hasta el cortijo, unos veinte minutos andando bajo un sol que quemaba, cargados con los colchones para dormir, nuestras propias pertenencias, y todas las compras, lo que acarreaba discusiones en el trayecto sobre quién debía cargar con las bolsas, y continuas quejas sobre la calor que hacía o lo que dolían las manos de tanto peso. Unos íbamos más deprisa que otros y entre nosotros podía haber distancias de más de seis metros, según lo cansados que llegáramos. Pero una vez allí todo era sonrisas y bromas porque al fin empezaba nuestro plan de verano.
En el transcurso de la tarde hicimos de todo. La piscina fue nuestra primera parada, porque las temperaturas subían desenfrenadas, y fue de agradecer un buen chapuzón con bromas, juegos con la pelota, saltos al agua de cabeza y bichos que incordiaban mientras tanto. Entre baños, nos sentábamos un rato en el porche para beber y comer, o echar una partida rápida a las cartas. Esa tarde, además, se disputaba uno de los partidos del mundial, y si no recuerdo mal, fuimos testigos de cómo Portugal abandonaba la competición al perder contra Uruguay, tras gritar mucho y lamentar los goles del rival.
Cuando caía la noche y ya hacía de todo menos calor, mis amigos tuvieron la loca idea de darse un baño más antes de cenar. Yo, que no me emocionaba ante esa idea, preferí quedarme de fotógrafa para capturar el momento de un día inolvidable. Al final terminaron por convencerme de que me uniera a ellos, no sin antes intentar tirarme al agua con la ropa puesta. Duramos poco porque nos íbamos a congelar del frío.
Una vez dentro, sentados en los sofás alrededor de la chimenea, que nos había servido de hornilla, nos preparamos la comida. No recuerdo exactamente en qué consistió la cena, pero si no me equivoco hubo bocadillos chamuscados de por medio.
Para mí, la ilusión del momento fue vernos finalmente colocados en nuestros respectivos colchones, sofás o hamacas, muy cerca los unos de los otros y después de echar unas risas inflando colchones e intentando arreglar agujeros por los que se escapaba el aire. Íbamos a ver una película a la que yo terminé haciéndole poco caso, ya fuera porque tenía sueño o porque mi colchón era el más incómodo de todos y la postura para ver la televisión no era precisamente la más cómoda. A pesar de ello, llegué al final de la película despierta, y agradecí estar rodeada de mis amigos en una época en la que había perdido a más de uno y estaba especialmente sensible, pero con mucha esperanza de que las cosas se arreglaran.
El despertar fue uno de mis momentos favoritos. Cuando abrí los ojos, dos de mis amigos me observaban con diversión desde el sofá, y el resto dormía. Poco a poco fueron desperezándose, pero cuando ya estuvimos todos despiertos, alguien propuso volver a dormir, y algunos lo hicieron con ganas. Yo opté por escuchar música con los auriculares y disfrutar de la luz que entraba por el ventanal.
De la mañana recuerdo poco; que no quise desayunar por miedo a que me sentara mal como había ocurrido con la merienda el día anterior, y que la mayor parte del tiempo restante la pasamos jugando a las cartas bajo una agradable sombra. Ese día, horas más tarde, eliminarían a España del mundial de fútbol después de una tanda de penaltis ridícula, pero de momento, permanecíamos bajo el sol del verano sin preocupaciones más allá de qué haríamos en los próximos tres meses de vacaciones. Aunque fue un verano aburrido, sin planes emocionantes ni nada que pudiéramos hacer en cualquier época del año, aquel día fue uno de los más memorables, sino el que más.
Creo que el verano, que es una época tan definida por la diversión y el descanso, debería estar repleto de días como este, en el que solo importan los amigos y pasárselo bien. A veces son lo único que hace falta. Ni un móvil, ni un viaje, ni más ropa, ni una película. Solo un poco de tiempo para dedicárselo a los amigos. Eso es todo.