La anciana de la aldea
En aquella montaña que acariciaba el cielo de una noche nevada se escucharon los llantos de un bebé. Lloró durante días, y la nieve se iba haciendo cada vez más densa, cada vez más profunda al andar sobre ella. Ningún alma del poblado cercano intentó acudir en su ayuda.
La nieve seguía cayendo, y los sollozos no cesaban. Los días eran más fríos, pero aquel llanto seguía siendo traído a los oídos de los aldeanos por el viento. Algunos afirmaban que era el llanto de algún fantasma; otros, que seguramente no sobreviviese a una noche más.
Una mujer anciana se levantó de un asiento y se colocó en mitad de la iglesia con intención de expresarse. Ella misma iría a por aquel bebé que lloraba sobre la montaña. Todos los vecinos la tomaron por loca y se marcharon de aquella iglesia. La anciana se colocó un abrigo y salió. Una vez fuera observó la luna caprichosa sobre su cabeza, y la saludó con un sereno: “buenas noches, vieja amiga”. Comenzó a caminar en dirección a la montaña. Cuanto más cerca de su falda, más frío le calaba hasta los huesos. Le resultaba complicado avanzar entre toda la nieve y la vegetación aún viva. Cuando parecía estar cerca, más lejos se veía. Sus fuerzas le fallaban, y el sueño inundó sus pensamientos. Sin embargo, fue el llanto lo que la mantuvo despierta. Se escuchaba con la misma intensidad, a pesar de estar cada vez más cerca.
La anciana cayó al suelo, desmayada. Sentía que algo la sujetaba, que algo la transportaba, pero era incapaz de reaccionar. La nieve había cesado para ella, y el calor de una fogata la envolvía. Poco a poco recuperó fuerzas suficientes para abrir los ojos. Estaba en una cueva, en la zona más alta de la montaña. Ante ella reposaba un joven de ojos claros, que la observaba mientras repetía una y otra vez: “descansa, anciana”. Pero la anciana no le obedeció y se sentó, mirándolo.
-He venido en busca de la voz incansable del llanto-dijo.
-Soy yo a quien buscas, pues-respondió. -El llanto de un bebé sólo atrae a aquellos que no han podido tener un hijo, a pesar de haber sido su deseo más ferviente. Y yo, como espíritu de la noche, te concederé el deseo de toda tu vida.
Con un movimiento de su mano, las arrugas de la anciana se tersaron y desaparecieron. Su cabello recobraba la vida y el color de su juventud, sus ojos se llenaban nuevamente de vida, y en el interior de su vientre floreció un hijo al que dar a luz.
-Aléjate de la maldad de los hombres necios y lo mantendrás con vida. Sigue las estrellas y encontrarás un lugar dónde las almas puras se encuentran.
El joven desapareció, y allí dónde había estado floreció un musgo verde con flores silvestres.
Ana Arco Garciolo