martes, 28 de abril de 2020

La familia clonada de Noa y Noah

I. PARTE

La apariencia apacible de nuestro personaje transmite la serenidad extrema de quien muchas  contiendas ganó. Su jauría quedó lejos. Su capacidad auditiva, siempre atenta al sonido del silencio que lo rodeó, ha sobrepasado la línea de la escucha activa. 

Su mirada se tiñe de una melancolía arrebatadora, pero el asiento de su postura refleja la satisfacción de sus logros. Se propuso muchas metas sin temor a los resultados, sólo disfrutó de su proceso. Hoy se le ve ahí en su zona de confort, majestuoso, sabio y seguro de su condición perruna. El futuro de su legado quedará impreso en las páginas del recuerdo eterno de sus cachorros. 

Su futuro no es incierto. Nada le turba porque nada teme y su sabiduría lo reconforta.

II. PARTE

Querido amigo Noah, urbanita como así te defines, desde la distancia rural te confesaré las razones de las alegrías y pesares de mi sereno aplomo. Hace mucho tiempo entré a formar parte de una familia desconocida y sin señas de identidad que me identificara, o al menos yo las había olvidado. Decidieron llamarme Noa. Entonces pensé que habían sido muy crueles con la elección del nombre porque Noa a secas, me pareció un insulto a mi raza. Todos ellos disponían de nombre y dos apellidos al menos. Pero, claro, yo solo era un perro para cuya estirpe no corresponde sobrenombre alguno. Mi mente juvenil aún no contemplaba la descendencia, pero sí la duda de saber cómo identificarían a mis sucesores. ¿los inscribirían en el registro perruno con otro corto nombre y a lo sumo con el sobrenombre de ‘primogénito de Noa’? ¿Y si mi descendencia aumentaba? Pero para entonces, el calor humano recibido había disipado todas mis dudas. Viví años de gloria y sufrimiento junto a mis dos amos. De uno aprendí el valor de la lealtad a una causa y del otro el valor de la confianza en tus seres queridos. Los pequeños me dibujaban junto a serpientes y águilas, decían que por motivos jeroglíficos de mi denominación de origen. Pero lo que más me molestaba en aquellos momentos, era el adjetivo unisex, con el que calificaban mi nombre, cuyo significado aún no había registrado mi capacidad animal. Hoy sé que tu nombre era el auténtico, el mío fue el resultado de la feminización del tuyo.
Mi personalidad se iba forjando día a día. Mis maestros se esmeraron en crear un personaje tachado de bipolar en sus comienzos. Pretendía ser la réplica de dos personas antagónicas por naturaleza. Durante toda mi juventud me identifiqué con uno de mis dueños, me sentí impulsiva y poco reflexiva, aunque sí analítica y con anhelo de sorpresas imprevistas. Fui marcando poco a poco mi territorio y mi alma irracional me hacía sentir líder y consejera de mis otros compañeros de la finca. La casa de las Salinas se convirtió en un reclamo de lo inalcanzado en la casa azul. Mi presencia y la de algunos compañeros más contribuyó a la creación de un marco familiar envidiable. Todos los espacios estaban a nuestra disposición y en el exterior, hectáreas de campo se abrían a nuestros ojos. Todo estaba muy bien delimitado, zonas de ocio y baño para los más jóvenes, y por supuesto, zonas de quietud para contemplar aquellos inolvidables atardeceres. Hasta la disposición de las estancias de los équidos cumplía con las normas de equilibrio exterior del recinto. Las conversaciones que mantenía con mis compañeros de las Salinas las hacía de manera presencial, pero la humanidad desconocía que el mundo animal hace tiempo que mantiene diálogos no presenciales, los cuales he denominado eólicos. Nunca se molestaron en investigar nuestro medio de comunicación, porque de haberlo hecho, hubieran descubierto gran parte de la historia que hoy están sufriendo. Mis conversaciones eólicas con compañeros del mundo urbano presagiaron que algo desconocido acechaba la paz de los humanos. ¡Compañero urbanita!, necesito que des sentido a esta inquietud que está haciendo tambalear los pilares de mi equilibrio emocional. Dime, ¿eran ciertos mis temores? ¿Se cumplieron las amenazas hacia los humanos de ese ser zoonótico que deambulaba por espacios infernales, cual ángel caído y se instaló hace tiempo en nuestra raza canina Pomerania a fin de lastimar todo lo que se relacionaba con el género humano? Desde la apacible quietud de mi entorno solo vislumbro la preocupación que embarga a mi familia y necesito que me informes de la realidad que te envuelve y a la que yo no tengo acceso.

III. PARTE
Querida Noa, me alegra comprobar que tu vida animal goza de un entorno apacible y envidiable. Tus temores se han cumplido y no puedo desatender la petición que me haces. 
Hace un mes que el ser humano comenzó un proceso de transformación imparable. El zoonótico infernal ha anidado en el pulmón de su existencia. Quien fracasó como parásito canino se ha convertido en escollo temporal para los humanos. Ese ser infernal ha conseguido distanciar a una población unida por el abrazo y la empatía cercana del diálogo. Ha separado familias, amigos y se ha ensañado con la población más débil físicamente, los mayores. 
Noa, sabrás que no todos los de nuestra condición han disfrutado de una existencia tan placentera como la tuya. Conozco a muchos compañeros, quienes, hasta no hace mucho, deambulaban por espacios intransitables por temor a muchos humanos. Con todo mi repudio para este ser infernal, debo reconocer que su capacidad de actuación no se ha percatado del gran favor que a nosotros nos ha hecho. Hemos pasado de ser juguetes de entretenimiento para los más pequeños a sentirnos seres necesarios para todos. Ya no somos animales de compañía, ahora son ellos los que nos acompañan en nuestros paseos. Se han convertido en nuestros lazarillos y algunos de mis amigos callejeros me cuentan que se han encontrado algunos humanos en los balcones de sus domicilios clamando sus ayudas. 
Yo, por mi parte, hace años que tuve la suerte de conocer a una ancianita, en quien su hijo Javier, creo que así se llamaba, había volcado toda su atención desde que tuvo que dejar el pueblo por motivos de trabajo. Un día apareció en el orfanato canino y me liberó.  Me pidió que cuidara de ella como si de mi madre se tratara. Así lo hice hasta que llegó su final. Mi vida diaria con mi mamá Mari, como así la llamaba yo, no se diferenciaría de la que tú llevas hoy con la familia que me refieres. Mi residencia no era tan amplia como la de tus amos, pero a ese hogar no le faltaba el calor humano de los hijos y la hija que tenía. Un día, Javier conoció a una persona francesa y juntos comenzaron un largo camino en el amor. Mi ama adoraba aquella relación y, según me decía, había descubierto que su alocado hijo había encontrado su destino. Muchas noches, al calor de la lumbre, me relataba historias apasionantes de él, a quien a veces tachaba de ser demasiado confiado y fantástico. En una ocasión, visitamos su finca para celebrar su cumpleaños y degustar su famosa paella que, aunque siempre la encargaba, se había hecho famosa entre sus amistades. El terreno era enorme y disponía de cuadras para los caballos, de un porche acondicionado para contemplar lindos amaneceres y hasta una piscina se integraba en aquel oasis de confort. 
Aprovecha, amiga mía, los momentos que compartes con tu familia. Tu nombre te ha concedido la longevidad de la que disfrutas y si me permites te diré que, con solo tu compañía y el gesto de tu atención, tus amos comprenderán la magnitud de tu lealtad y de tu amor hacia ellos. Me despido de ti, pero confío en poder reanudar algún día nuestra conversación de forma presencial, lejos de la frialdad y sequedad de una hoja impresa o del vacío ambiental de un diálogo eólico. ¿Tú crees Noa en la clonación de familias y en la simultaneidad de destinos cruzados?

Mamen Ortega Alcaraz

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