martes, 15 de febrero de 2022

14 de febrero 💖 

“Podrá nublarse el sol eternamente;

podrá secarse en un instante el mar;

podrá romperse el eje de la tierra

como un débil cristal.

¡Todo sucederá! Podrá la muerte

cubrirme con su fúnebre crespón;

pero jamás en mí podrá apagarse

la llama de tu amor.”

Terminó mi profesora de Lengua de recitar, como una voz distante, mientras observaba las gotas de lluvia caer sobre las ventanas…

No entendía esos versos, pero había algo en ellos que me cautivaba, sentía que me llamaban, como queriéndome decir algo, sin llegar a comprender qué.

Estaba tan absorto que no escuché cómo sonaba el timbre que indicaba el final de las clases, y al darme cuenta de que todos habían salido ya, comencé a recoger, mientras esas últimas palabras resonaban en mi cabeza. De pronto, escuché una voz que me sacó de mis pensamientos. Era la profesora de Lengua, me preguntaba qué me ocurría en clase, últimamente no prestaba demasiada atención, yo sin pensar, contesté con un “No lo sé” terminé de recoger y salí de la clase.

Saliendo ya de las instalaciones del instituto, descuidadamente, sumergido en mis pensamientos, choqué con alguien. No quedaba nadie, sólo una persona, y dándome cuenta de lo ocurrido pedí disculpas, sin fijarme quién era. De pronto, escuché una voz suave y sutil que me embelesó, me giré y descubrí que había chocado con una chica, parecía más joven que yo, llevaba el cabello rubio suelto, que cubría su fina cara prácticamente, y parecía preocupada.

Al mirar a fuera me di cuenta de que se había desatado un aguacero, y de nuevo me fijé en ella, esa vez no pude dejar de mirarla, sus ojos verdes me miraban, preocupados, y sentí que quería decir algo. Entonces me percaté de que no llevaba paraguas y comprendí el motivo de su preocupación.

Le ofrecí el mío con la excusa de que tenía otro, ella lo miró con duda, después a mí, pero finalmente lo aceptó. Lo abrió cuidadosamente y me dio las gracias sonriendo, yo embelesado no contesté. Comenzó a andar, se paró, se giró, y me preguntó cuál era mi nombre, aún petrificado, por los efectos de aquello a lo que en ese entonces no sabía darle nombre, sin saber qué decir, seguí mirándola mudo.

Ella extrañada sonrió de nuevo y pese a no haber contestado me dijo:

- “El mío es Margarita, como la flor”.

-“Qué nombre más extravagante, ¡me gusta!”- Pensé.

Ella continuó de nuevo con su camino, y yo, cuando me recuperé de mi encantamiento, me di cuenta de que tendría que volver sin paraguas.

Al día siguiente, mi profesora volvió a recitar esos versos de Bécquer, pero esa vez yo no permanecía ausente, escuchaba atentamente cada palabra, escuchando lo que querían decirme, descifrando su sentido…

Había descubierto el amor.                   

                                                                                                                                                                                         ANÓNIMO                                                                                                                                                      


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