Invitación a la alegría
perezosas o pálidas sin calor ni horizonte,
como un pozo insalvable
donde el sol más resuelto naufraga,
hay que huir a una plaza cualquiera
y buscar una mano amistosa,
una voz sin engaño,
unos ojos,
un hombro.
Cuando todo se estanca y la vida parece
una mala noticia
en la que siempre gana el malvado de turno,
y las cuentas no cuadran
y nadie te da crédito,
ni el teléfono suena,
ni el buzón tiene cartas que no traigan desahucios,
ni el gobierno se acuerda de que existes,
siéntate en una plaza, busca en ella cobijo
y mira lo que ocurre:
alguien te está esperando,
alguien ha preparado en tu honor una fiesta
sencilla, inagotable: la fiesta de las horas
sin daño o decadencia,
de las horas felices,
la fiesta de una vida que discurre serena
bajo el fragor estéril del recelo y la duda.
Acércate entonces, aunque no te lo creas,
y aunque el cielo se empeñe en mostrarse arbitrario
y los dioses tan sólo se acuerden de nosotros
para hacernos sufrir,
tendrás una mano
y amigos esperándote
alguien dirá en voz baja:
quédate con nosotros aunque sea sólo un rato,
quédate con nosotros aunque sea para siempre.
José Carlos ROSALES (El horizonte, Huerga Fierro, 2003)
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